Una nueva vida llega al mundo gracias a la solidaridad de unos hombres que no son médicos pero que su vocación de servicio los impulsa a servir, ayudar y actuar con la convicción de salvaguardar la vida, honra y bienes de todos los habitantes del país. Así inicia esta historia de solidaridad, humanismo, profesionalismo y vida.
Eran las tres y cuarenta minutos de la madrugada del pasado 27 de enero en el cálido y fresco amanecer de la capital de la “Puerta de Oro” de la Amazonia colombiana, una mujer y un hombre desesperados gritaban en una calle solitaria y oscura del barrio la primavera de esta ciudad, de repente dos hombres como “ángeles” aparecieron para atender el clamor de la humilde pareja.
El panorama era desorientador por la escena que se vivía en el momento, una mujer en estado de gestación que con su pareja buscaban con desespero caminar hasta un centro médico para recibir atención profesional e idónea de un galeno que asistiera y garantizara la llegada de un nuevo ser humano a la tierra. Aquellos hombres no eran los especialistas que esta mujer esperaba, pero eran las únicas personas que en ese momento acudían a las voces de auxilio mezcladas con el llanto de quien en ese momento sólo quería escuchar el lamento del nuevo integrante de su familia.
Los “ángeles” vestidos de verde acertaron en cada decisión que tomaron para alcanzar el anhelo de una madre y un padre que con ansias deseaban acariciar y besar a su segundo hijo. Así fue, actuaron de manera impecable, asistieron el parto de una mujer de 18 años de edad en el andén de una de las viviendas que en ese instante estaban con la luz apagada y puertas y ventanas cerradas. El nuevo ser estaba allí, en los brazos de estos héroes que representaban a hombres y mujeres que siendo padres, desean sobretodo garantizar la vida.